domingo, 11 de julio de 2010

Castigo

Hoy era yo el murciélago que volaba por la noche a contracorriente, mientras todo el mundo celebraba una vacua victoria que no era de ellos, pero que se empeñan en manifestar de la manera más ruidosa posible. Las parejas se besaban, los asnos soplaban sus gastadas trompetas rituales en mi oreja, los borrachos cantaban y obsequiaban a la atmósfera con un tufo horrendo.


Nunca me ha apasionado ese deporte, ni he compartido ese entusiasmo enfermo que tiene la gente en general. No obstante, y puede que desde un punto de vista meramente objetivo, la decadencia humana hace aparición en su manera más patente.
Porque para celebrarlo hay que no dejar que la gente descanse en toda la noche, hay que tumbar (y a veces quemar) contenedores de basura, hay que hacer el cuadrúpedo lanudo al volante (arriesgando tanto sus vidas como las de los demás).
Y es que cada vez que vuelvo a casa y tengo que caminar por las calles de noche, me deprimo, y hoy más que nunca.
Pero a lo mejor el equivocado soy yo.







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