
La luz del sol era ya anaranjada y tenue, débil la llamarían muchos, pero había cierta fuerza en esa concentración de corpúsculos que rebotaban entre los granos de arena.
Perezosas nubes se desplazaban por encima de mi cabeza, danzando lentamente y envolviéndose a sí mismas.
Yo caminaba. Caminaba al este, siempre al este, y conforme avanzaba, la luz empezaba a escasear, sin embargo seguía mi marcha hacia oriente, y la costa parecía no acabar nunca''.
Ya no recuerdo más.
Fecha: Octubre de 2005
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